La inflación ha regresado con fuerza y se ha convertido en una de las principales preocupaciones económicas a nivel mundial, especialmente tras los efectos devastadores de la pandemia. En los últimos dos años, la economía global ha experimentado un aumento en los precios que ha alcanzado niveles históricamente altos, tanto en Europa como en Estados Unidos, lo que ha dejado una huella significativa en las políticas monetarias de diversas naciones. Este fenómeno económico nos remonta a una etapa de inflación acelerada que no se había visto en las últimas cuatro décadas, y muchos economistas ya hablan de un posible regreso de la "estanflación", un término que define un escenario económico donde coexisten altos índices de inflación y una desaceleración del crecimiento económico.
En diciembre de 2023, la tasa de inflación global alcanzó el 7% interanual, el nivel más alto desde 1982. Este aumento en los precios ha sido particularmente agudo en Estados Unidos, donde los precios de los productos y servicios han subido de manera pronunciada, afectando a los hogares y empresas de todo el país. Por otro lado, en la zona euro, la inflación alcanzó el 5,1% en enero de 2024, el nivel más alto registrado desde que se comenzaron a recopilar estadísticas armonizadas en 1997. Este aumento ha generado preocupación sobre la estabilidad económica en ambas regiones, especialmente porque los efectos de la inflación se sienten en todos los sectores, desde la alimentación hasta la energía.
En América Latina, la historia inflacionaria es algo distinta, pero igualmente preocupante. Desde principios de 2021, países como Brasil, México y Chile han experimentado un aumento acelerado en sus tasas de inflación. En Brasil, por ejemplo, la inflación ha pasado de un rango del 3-4% a niveles cercanos al 10%, mientras que en México y Chile, las tasas se han ubicado alrededor del 7%. Aunque estos aumentos son menores que en las economías avanzadas, no dejan de ser significativos y afectan el poder adquisitivo de la población.
Al observar los motivos detrás de este fenómeno inflacionario, es posible identificar varios factores comunes que han impulsado los aumentos en los precios a nivel global. Uno de los principales motores de la inflación en los últimos años ha sido el denominado "shock de oferta", un término que hace referencia a las interrupciones en la producción y distribución de bienes y servicios, lo que genera una escasez de productos y, por ende, un aumento en los precios. En este caso, los aumentos en los precios de la energía, especialmente el petróleo y el gas, han jugado un papel crucial. Las disrupciones en las cadenas de suministro, exacerbadas por los confinamientos relacionados con la pandemia de Covid-19, también han contribuido significativamente a la inflación.
Durante los períodos de confinamiento global, muchas fábricas y empresas redujeron su producción o cerraron completamente sus operaciones. Al mismo tiempo, las restricciones de movilidad dificultaron el transporte y la distribución de productos. Esto ha resultado en cuellos de botella en la cadena de suministros, lo que, en combinación con la recuperación económica de muchos países, ha generado un aumento en los costos de producción y, por tanto, en los precios de los productos finales.
Aunque el aumento de la inflación causado por un shock de oferta podría parecer negativo en un primer momento, hay una perspectiva que lo convierte en una "buena noticia". Tal como ocurrió durante la famosa Crisis del Petróleo de los años 70, cuando los precios del petróleo se dispararon y causaron una inflación mundial, los economistas pudieron observar y analizar el fenómeno de la estanflación. En ese entonces, los aumentos en los precios del petróleo y la escasez de productos causaron una alta inflación en muchos países, pero a medida que los factores que impulsaron el aumento de los precios se normalizaron, los precios tendieron a regresar a niveles más bajos.
En otras palabras, si las disrupciones en las cadenas de suministro y los precios de la energía se estabilizan con el tiempo, es posible que la inflación disminuya por sí sola. Sin embargo, la gran incógnita es saber cuánto durarán estas disrupciones. La respuesta depende de una serie de factores impredecibles, como la evolución de la pandemia de Covid-19, posibles nuevas olas de infecciones o incluso desastres naturales que puedan interrumpir aún más las cadenas de producción global.
Una de las principales dificultades a las que se enfrentan los gobiernos y bancos centrales en este contexto es la elección de las políticas monetarias adecuadas para contener la inflación sin desencadenar una recesión. En muchas ocasiones, para combatir la inflación, los bancos centrales aumentan las tasas de interés con el fin de frenar el consumo y la inversión, lo que puede reducir la presión sobre los precios. Sin embargo, estas medidas también pueden tener efectos negativos sobre el crecimiento económico, ya que el aumento de los intereses encarece el crédito y puede frenar la inversión empresarial y el gasto de los hogares.
El desafío es aún mayor cuando la inflación tiene un componente de oferta, como en este caso. Las medidas que buscan reducir la demanda agregada, como el aumento de las tasas de interés, pueden ser ineficaces para resolver los problemas de oferta. Esto puede llevar a un escenario en el que los precios continúan subiendo a pesar de los esfuerzos por desacelerar la economía, lo que podría desencadenar una recesión económica sin que la inflación disminuya significativamente.
Además, existe un fenómeno conocido como los "efectos de segunda vuelta", que ocurre cuando una inflación originada en el lado de la oferta comienza a extenderse a otros sectores de la economía, generando un ciclo vicioso. Este proceso se da, por ejemplo, cuando las empresas aumentan los precios de los productos para cubrir el alza en sus costos, y los trabajadores, a su vez, exigen aumentos salariales para poder hacer frente al incremento del costo de vida. Este tipo de ajustes salariales y de precios puede hacer que la inflación se vuelva más persistente, incluso cuando las causas iniciales de la inflación (como los aumentos en los costos de la energía o los cuellos de botella en la cadena de suministro) se resuelvan.
En algunos casos, los márgenes de beneficio de las empresas también pueden ampliarse, ya que los costos adicionales de producción se trasladan a los consumidores en forma de precios más altos. Esto genera una retroalimentación negativa que prolonga el ciclo inflacionario, dificultando aún más el trabajo de los bancos centrales.
Uno de los puntos más críticos en este contexto es la intervención de los bancos centrales, en especial el Banco Central Europeo (BCE), cuya política monetaria tiene un impacto directo sobre la economía de la zona euro. En este momento, el BCE se enfrenta a una difícil disyuntiva: ¿debe actuar rápidamente para frenar la inflación, incluso si eso significa poner en riesgo la recuperación económica? ¿O debería esperar a que las disrupciones en la oferta se resuelvan por sí solas antes de intervenir?
La clave está en encontrar el momento adecuado para actuar. Si el BCE espera demasiado para ajustar sus políticas, corre el riesgo de que la inflación se convierta en un fenómeno estructural que sea más difícil de controlar. Por otro lado, si decide actuar demasiado pronto, podría sofocar la recuperación económica y generar una recesión, lo que también afectaría a la capacidad de las personas para afrontar el aumento de los precios.
En resumen, la inflación actual es un fenómeno complejo que responde a una combinación de factores globales, como las disrupciones en la cadena de suministro y el aumento de los costos de energía. Aunque este tipo de inflación puede resolverse a medida que se normalizan las condiciones de oferta, la incertidumbre sobre su duración y las políticas monetarias necesarias hacen que el panorama sea incierto. El regreso de la estanflación es una posibilidad real, y el desafío para los responsables de las políticas económicas será gestionar este fenómeno sin poner en peligro la recuperación económica global.
La clave para evitar consecuencias económicas graves será encontrar un equilibrio entre las medidas para contener la inflación y las políticas para mantener el crecimiento económico. Solo el tiempo dirá si los bancos centrales, como el BCE, lograrán tomar las decisiones correctas en el momento adecuado. Sin duda, este será uno de los mayores retos económicos de la próxima década.